jueves, 29 de marzo de 2012

XXXI

   

   Los dos hombres, escondidos en lo alto del acantilado, esperan ver salir el sol por detrás del mar. La leprosería oculta su horror en lo más profundo del valle.

PEDRO. Siempre que se acercan estos momentos, amigo mío, tengo miedo a quedarme dormido.
JUAN. A mí me pasa lo mismo. Pero no te preocupes: hoy tampoco nos dormiremos.
PEDRO. Me moriría de pena si un día no pudiese ver la salida del sol. Cuando ya está en lo alto, no es lo mismo. Es como si, desde arriba, nos estuviese diciendo que todo va a seguir igual, que nada va a cambiar.
JUAN. Tienes razón, Pedro. Al sol hay que verle nacer. Verlo después, cuando ya está en lo alto, no es lo mismo. Sólo mientras nace podemos pensar que el nuevo día que empieza puede ser distinto.
PEDRO. (Con la mirada fija en el horizonte) No falta ya mucho.
JUAN. No, el cielo empieza a enrojecer.
PEDRO. Si ves que se me cierran los ojos tírame de la oreja.
JUAN. Ya no tienes orejas, Pedro.
PEDRO. Es cierto, ya no me quedan orejas. Puedes tirarme de la nariz. Yo, si veo que te duermes, tiraré de la tuya.
JUAN. Yo no tengo nariz, amigo mío.
PEDRO. (Tras una pausa, sonriendo tristemente.) La cosa no deja de tener gracia. Aquí estamos nosotros, convertidos en dos monstruos, pero pendientes aún, como en nuestros mejores tiempos, de la salida del sol, ávidos todavía de belleza. Hoy también volverá a salir, Juan, se incendiará el cielo y el mar volverá a ser azul. Nosotros, sin embargo, continuaremos igual que ayer. No cambiaremos, no son posibles los milagros de esa especie. Abriremos nuestra caja de sorpresas y nos encontraremos, otra vez, con que no hay nada dentro.
JUAN. Tal vez hoy sea distinto.
PEDRO. No, no lo será.
JUAN. De cualquier forma, no podemos perder la esperanza.
PEDRO. ¿Y si ni siquiera tuviéramos derecho a tener esperanza? ¿Y si, tras este amor nuestro por la belleza, escondiésemos algo pecaminoso?
JUAN. ¡Tonterías!
PEDRO. (Suspirando.) ¡Ay, amigo mío! ¡Qué felicidad, si la belleza fuese algo contagioso! ¡Qué felicidad, si el sol que va a salir hoy fuese, por fin, el sol de los alquimistas!

      Silencio. Los dos hombres, agazapados entre los matorrales (como dos cazadores furtivos que temen ser descubiertos) acechan la salida del astro. Canta el primer pájaro y el mar, dormido durante toda la noche, se despereza en los acantilados.


Javier Tomeo (Historias mínimas)

lunes, 26 de marzo de 2012

GRIMM. Otra de cuentos.


Y finalmente me decidí a ver Grimm. No sabía muy bien de qué iba, solo que tenía algo que ver con los hermanos Grimm. Sí, los de los cuentos. Pero como estaba en un momento de escasez de series, me lancé y no me disgustó el piloto. No es una serie ambiciosa. Más bien se trata de  una seriecilla entretenida pero con algunos elementos deliciosos. Es una procedimental, es decir, cada capítulo tiene una trama diferente, un “caso de la semana”, con su planteamiento y su resolución, y es independiente y autoconclusivo. Esto suele funcionar bastante bien en televisión, ya que no pasa nada si te pierdes un capítulo. Aunque normalmente las procedimentales tienen una pequeña subtrama común a toda la temporada, esta no suele ocupar mucho tiempo en cada capítulo, pero le proporciona  continuidad y unidad. Algo de eso hay también en Grimm.
Grimm parte de la premisa de que el agente de policía Nick Buckhardt (David Giuntoli) es uno de los últimos descendientes de los hermanos Grimm, autores de cuentos como Blancanieves, La Cenicienta, Hänsel y Gretel o La Bella Durmiente. Según la serie, estos fueron en realidad, cazadores de monstruos y criaturas sobrenaturales. Aventuras que después reflejaron en sus cuentos de hadas, y que los hicieron famosos en todo el mundo. Es por esto que  el agente Nick Buckhardt, último descendiente de la estirpe Grimm, comienza de pronto a ver a algunas personas como lo que son en realidad, hombres-lobo, serpientes, ratones y monstruos de toda clase. Su tía, enferma terminal de cáncer, le pasará el testigo y le legará una caravana llena de armas y manuscritos que ayudarán a Nick en su lucha con los monstruos, y por tanto a resolver muchos de los casos que le asignan. En mi opinión, lo mejorcito de Grimm es el personaje de Monroe. Un Blutbad (hombre lobo) reformado, que interpreta Silas Weir Mitchel.
Silas Weir Mitchel
 Este es a la vez entrañable, tierno, y muy gracioso. Ya no come carne, toca el cello, hace Pilates y es quisquilloso y ordenado en extremo. A su pesar, se convierte en el ayudante de Nick,  ya que sabe mucho sobre las criaturas a las que su amigo se enfrenta y además, es tan noble, que no sabe decir no.  A pesar de tratar de personajes de cuentos clásicos, igual que Once Upon A Time, es una serie muy diferente. OUAT no es una procedimental, tiene bastante más presupuesto, y una trama más complicada, en la que constantemente aparecen giros sorprendentes. En Grimm salen  supuestos monstruos de los cuentos clásicos, no personajes concretos, y no deja de ser una serie de casos policíacos. Pero entretiene mucho. Cada capítulo está muy bien construido, con sobresaltos, y momentos tiernos. 

Monroe transformdo en Blutbad

En Grimm aparecen todo tipo de individuos cuya secreta identidad es monstruosa: Unos son asustadizos como ratones, otros son abogados y serpientes sigilosas, algunos son cerditos glotones y otros lobos sangrientos. Así es cómo los ve un Grimm. Y a mí me da por pensar que si hiciéramos un pequeño esfuerzo y  entrecerráramos los ojos al mirar a nuestro alrededor, seríamos capaces de ver en los que nos rodean sus verdaderas naturalezas. Yo, a decir verdad, no pasa un día sin que me tropiece con algún blutbad (hombre-lobo) y con más de una serpiente venenosa. Menos mal que de tarde en tarde también me topo con algún encantador elfo. Miedo me da pensar lo que vería si mirara con atención a gran parte de nuestra clase política. Mejor no. Mejor quedarse en el mundo de los cuentos de los hermanos Grimm, por si acaso.

Así ve Nick a algunas personas.
 



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sábado, 3 de marzo de 2012

Universo caótico


pintura de Zdzizlaw Beksisnki
       Primero fueron las oleadas de pesticidas que invadieron el poblado, aniquilando a casi todos  los adultos, mientras se afanaban en sus tareas. Cuando apenas quedaban los individuos más jóvenes, se sucedieron las inundaciones. Terribles y violentas mareas de agua y lluvia ácida que arrastraron  a su paso a familias enteras. Solo sobrevivieron las crías, que habían sido puestas a buen recaudo en los lugares más seguros y escondidos. Fue entonces cuando llegaron las  gigantescas barras de metal, penetrando en todos los rincones y arrancando los bebés de sus refugios. Estas, pertenecientes a una lendrera que manejaba con suma destreza Michiko Natsume, arrancaban una a una las liendres anidadas en la enmarañada cabecita del pequeño Hiroshi, quien procuraba ignorar los tirones de pelo jugando con su Power Ranger. Su madre, con el ceño fruncido y mordiéndose el labio, se aplicaba con despiadada determinación a la tarea de acabar para siempre con los malditos piojos. De pronto, levantó la cabeza extrañada. Un sordo rugido in crescendo rompió su concentración. Se levantó, se acercó a la ventana y, sin comprender, miró la gran masa de agua, escombros, coches y lodo que se aproximaba a su casa con rapidez, engulléndolo todo, en su recorrido por la pequeña aldea de Onagawa, en la prefectura de Miyagi, no lejos de Fukushima.