viernes, 25 de abril de 2014

LAPSUS

   El niño abre el libro por el cuento del elefante amnésico. De inmediato queda atrapado por las brillantes ilustraciones y pasa la página con avidez de piraña. Pero al otro lado aguarda un pirata sanguinario que canta ópera y se alimenta de tuétanos. Entonces, la sed de aventura le devora y avanza veloz, derrapando entre viñetas y párrafos, para colisionar fatalmente con el joven Holden Caulfield, al que han expulsado otra vez del internado, y que, como él, no encuentra su lugar en el mundo. Noqueado, no puede parar, y deambula de cataclismo en cataclismo, padeciendo con el hombre que se convirtió en cucaracha; deslumbrado por las fantasías de un cuarentón norteamericano hacia una preadolescente. Da varias vueltas al mundo, pasa unas semanas en Macondo y varios milenios escalando una Montaña Mágica. Algo cansado, decide anidar un rato en un verso de Neruda. Entonces el niño se mira las manos, que ahora son quebradizas y huesudas, las de un anciano. Todavía perplejo, ve cómo el poema que leía comienza a emborronarse con lentitud, creando un vórtice de tinta. Desafiante, acepta el reto y se arroja al abismo, permitiendo, sólo por esta vez, que un sueño atroz le derribe los párpados.

martes, 15 de abril de 2014

Crónica anticiclónica

   
Desde que decidí mudarme al ojo de un huracán disfruto de una calma envidiable. Aquí nunca llueve ni hace viento. Tampoco escucho tus reproches, ni mis gritos. En cuanto te acostumbras, el estruendo que produce al engullir urbanizaciones enteras se convierte en un pacífico arrullo que propicia dulces siestas sin sueños. Vivir aquí es sencillo: nunca tardan en aparecer restos de una barbacoa interrumpida, o un bocadillo que un escolar rezagado apenas tuvo tiempo de mordisquear. A menudo llegan a mis manos lecturas variadas y, los fines de semana, es fácil atrapar licores procedentes de algún botellón arrasado por mi hogar vertiginoso. Eso sí, has de tener la precaución de no agarrar nada que traiga consigo un inquilino indeseable, aferrado a su cubata, o a su teléfono móvil; en el centro de mi huracán sólo hay sitio para uno. Mi vida es ahora perfecta. Casi un nirvana. Aun así, de vez en cuando me sorprendo contemplando las paredes giratorias de mi palacio, alerta como un felino, por si en una de sus vueltas caprichosas apareces y me gritas. O me insultas. O me miras enfadada y, a lo mejor, me pides que vuelva contigo.