jueves, 8 de enero de 2015

Paramnesia

La multitud festiva se amontonaba en la plaza a la espera de las campanadas de fin de año. Llegado el momento, el reloj del ayuntamiento tuvo un fallo informático impredecible. Los ceros y unos del código binario bailotearon entre sí (eran unos dígitos bastante díscolos  adquiridos en un bazar asiático, y además, estaban ya un poco ebrios) y, aunque nadie lo notó, los doce badajazos digitales sonaron de adelante a atrás. A contrapelo. Y un tanto afónicos.  Así, mientras grandes y pequeños se atiborraban los mofletes con uvas, los relojes retrocedieron doce segundos; el suicida recuperó el aliento y el color, pataleando bajo el olivo; la jovencita en el pajar volvió a ser virgen; y el revólver con una sola bala regresó a las manos de K, el siguiente en la ruleta, quien con lívido temblor se encañonaba de nuevo la sien y, quizá menos resuelto, quizá abrumado por un pálido recuerdo, una memoria innombrable de otra vida, no lograba reunir el valor suficiente para apretar el gatillo.