lunes, 28 de agosto de 2017

Las alegrías y las pasiones

Si tienes una virtud, hermano, y esa virtud es tuya, no la tienes en común con nadie. Comprendo que quieras llamarla por su nombre, acariciarla, tirarle de las orejas, entretenerte con ella. Pero entonces tienes que compartir su nombre con la gente, convirtiéndote en gente y en rebaño. Más te valdría decir: "lo que tortura y llena mi alma de dulzura, y lo que es incluso el hambre de mis entrañas, resulta inexpresable y carece de nombre."  Tu virtud debe estar muy por encima de la afinidad de los nombres, y cuando tengas que hablar de ella, no te dé vergüenza hacerlo balbuceando. Di, pues, balbuceando: "Éste es mi bien; esto es lo que amo; así me gusta, sólo así quiero el bien. No lo quiero como el mandamiento de un dios, ni como norma o necesidad de los hombres: no quiero que sea para mí una guía hacia mundos ultraterrenos y paraísos. La virtud a la que amo es una virtud terrena, que tiene poco de razonable y menos aún de colectiva. Ese pájaro ha construido su nido en mí; por eso lo quiero y lo estrecho en mi regazo. Ahora está incubando en mí sus huevos de oro." Así debes hablar, balbuceando, cuando alabes tu virtud.

Así habló Zaratustra

Friedrich Nietzsche